A LA MEMORIA DEL DR. JUAN BAUTISTA ROLAND, EL LADO BUENO DEL CORAZÓN

EL LADO BUENO DEL CORAZÓN

A la memoria del Dr. Juan Bautista Roland:

El 25 de noviembre de 2015 se cumplirán 42 años de la desaparición física de un ser humano extraordinario que los varillenses jamás olvidarán. Se llamaba “JUAN BAUTISTA ROLAND” y siendo médico por vocación, nunca olvidó su juramento hipocrático.

Oriundo de la ciudad de San Francisco, cursa sus estudios superiores en la Universidad Nacional de Córdoba. Siendo muy joven aún y con su flamante título bajo el brazo, se instala en Ideazabal, provincia de Cba. Allí permanece poco tiempo, luego su intuición le dice que hay un lugar que lo está esperando, así es como con sus pocas pertenencias llega a Las Varillas en el año 1956 para no alejarse nunca más. Por obra y gracia del destino, aquí se convierte en el médico de todos los sectores sociales, teniendo a su cargo también el servicio medicinal para el Gremio Ferroviario, la familia del riel sabía que tenía asegurada la asistencia médica en el más alto nivel.

Para el Dr. Roland (“Tordo”) para sus numerosos amigos, no existían los horarios ni contaba su salud, llegó pobre y se fue del mismo modo, aquilatando solamente la riqueza de la amistad.

Su actividad fue multifacética, no existen en Las Varillas obras de aliento donde no esté impreso su nombre.

Sus primeros vehículos:

Como el volante no era su fuerte, a todos los autos que tuvo los chocó. Después de cambiar varios modelos usados, le compra a un Visitador Médico de Córdoba un Durand con motor Chevrolet, un coche cuadrado pero muy particular por su color, un amarillo muy chillón, como era bastante raro no faltó quien lo bautizara como “Fiebre Amarilla”. En todas sus salidas a domicilio o cuando viajaba a pueblos vecinos por cirugías, siempre llevaba algún amigo de copiloto. Luego con no poco sacrificio fue cambiando modelos, hasta llegar a ese grande y largo color borravino, siendo el último que piloteó. Después quedaría en el más silencioso recuerdo.

Una imagen inconfundible:

Su generosidad no tuvo límites, su amplia sonrisa se agrandaba más aún debajo de su abultado bigote. Precisamente por su altruismo y desprendimiento, para cada fiesta de Navidad y Año Nuevo, su hogar se colmaba de regalos, el más rico o el más humilde no se olvidaba de su médico, el que desinteresadamente les brindaba todo su conocimiento y capacidad, y dio tanto que hasta su vida entregó por ese ideal: el dolor de los demás.

Huracán, el club de sus amores:

Abrazó con pasión todas las actividades, ya sean sociales o deportivas del Club Atlético Huracán. Fue el otro gran amor de su vida, decir Huracán o decir Roland, era casi lo mismo. Fue tan grande el apoyo que le brindó a su querido Club, que se convirtió en su segundo hogar. Pero por sobre todas las cosas a él le apasionaba el fútbol, el que le diera tantos halagos. Seguía con fervor toda su campaña. Solía sufrir una derrota, pero lo enfervorizaba una victoria. Su adorado Globo paseó triunfal varias temporadas lo mejor de su gloria. El fútbol, el más lindo, el que tanto éxtasis le producía, como su hincha número uno, fue el mejor que conoció Las Varillas. Aquellos grandes jugadores, los que hoy algunos aún peinan canas, no olvidan a su médico, a su manager y a su directivo, el siempre compartía una mesa en interminables trasnochadas, entre copas, discusiones y festejos. El querido Tordo fue un noctámbulo total, un bohemio, y también un vigía celoso de sus pacientes. Hablando de política fue hombre de izquierda pero sumamente derecho en sus apreciaciones. Desde su primera época abrazó el Socialismo. Dolido por las injusticiasy el sufrimiento de sus semejantes, lo utilizó como bandera de lucha. Participaba en todas las manifestaciones políticas, pero jamás la usó en beneficio propio. Su mejor política fue la amistad, la que cosechó con ese corazón grandote que no cabía en su pecho.

Una lágrima y un adiós:

Cuando la infausta noticia de su sorpresiva muerte rodó por la ciudad ese 25 de noviembre de 1973, hombres, mujeres, niños y ancianos, se volcaron acongojados hacia donde permanecían los restos del gran amigo de los pobres, del médico adhonoren que ejercía su profesión alegremente con su mano tendida dándolo todo, y tanto dio, que se fue como había llegado hacía 17 años. Ahí está su obra imperecedera: los niños, los jubilados, los marginados, los de la periferia, el Club Huracán. Fue sin lugar a dudas el suceso de mayor dolor de las últimas décadas que vivió la ciudad de Las Varillas. Las lágrimas que le dieron su último adiós brotaron de los corazones de todas las capas sociales, su recuerdo también será imborrable.

Su calidad humana se forjó haciendo suyo el dolor ajeno. Con él se extinguió el fuego de un padre ejemplar, de esposo y compañero, de amigo leal y de un médico que hizo honor a la profesión.

Demasiado joven, solo 41 años tenía cuando partió el hombre, el doctor. Con su humildad característica estoy seguro que nunca hubiese deseado homenajes, ya que esa virtud es solamente de los grandes. Porque hay que ser muy grande para darlo todo. En el derrotero de su vida aprendió que había nacido para eso, para brindar sin condiciones: “El lado bueno del corazón”.-

Rene Celayes